sábado, 18 de julio de 2009

One of these days


Apurada sacó el suéter que estaba en la mitad de la pila, y se quedó atónita mirando el derrumbe colosal de colores. Convengamos que para ella “colosal” tenía que ver con los otros cuatro pulóveres que componían la pila hasta llegar a la cima.

Lo sorprendente fue que no largara aterrada el que tenía en la mano para comenzar a ordenar en tiempo y forma el caos del ropero.

Ana levantó las cejas, cerró la puerta corrediza del placard y comenzó a vestirse.

Sacó las botas marrones, pero no guardó las negras en la caja vacía. Por supuesto todos los zapatos tenían sus cajas, con una pequeña salvedad que era que un par se había convertido en homeless por una distracción momentánea durante la cual su caja fue tirada a la basura creyendo que sobraba. Así comenzó el éxodo de pares que cambiaban de una caja a otra según fueran usados.

Vació el paquete de yerba nuevo en el frasco que usaba a diario, y el sobrante del paquete (siempre quedaba menos de un cuartito de yerba que no entraba en el recipiente) no fue a parar como era habitual al otro frasco guardado en la alacena sino que fue tirado en ella dentro del envoltorio de papel malherido durante la apertura. Ya con el termo bajo el brazo y el mate en la otra mano se dirigió al escritorio, sin el individual utilizado para proteger al impoluto algarrobo. Apoyó el termo, cebó otro mate y vio como se deslizaba una gota atómica hacia el mueble. Sin atinar a asesinarla en el viaje, la vio depositarse burlonamente –hubiera podido jurar que la gota tenía una mueca de triunfo- arriba de una de las mejores vetas de la madera. Se bajó la manga lo suficiente como para tapar la palma de la mano, y arrasó con la gota dejando una humedad negruzca arrastrada al lado del termo.

Descargó los mails, dejando en la bandeja de entrada los correos sin abrir que ya daba por sentado correspondían a la papelera, siguió leyendo los otros, sin molestarse por los intrusos intercalados.

Estando en el baño cambió el papel higiénico, tirando el cilíndrico esqueleto de cartón en el bidet. Mientras se abrochaba los pantalones veía como el tubito absorbía deshidratado el agua del pequeño chorrito que perdía a través del agujerito enlozado. Dejó que se embriagara a piaccere apagando la luz naturalmente.

De camino al cuarto miró de reojo la pelusa de considerable peso que estaba al lado de la puerta, siguió hasta el placard sin pensar siquiera en levantarla y arrojarla sin culpa alguna en caída libre a través de la ventana.

Abrió la puerta y sacó el abrigo verde. Giró sin cerrarla.

Otra vez en el living cargó en la cartera negra los petates que estaban sueltos por la casa. Es difícil creer que no haya notado la falta de combinación con el calzado, pero Ana no fue en busca del bolso marrón que hacía juego con las botas puestas. Salió al palier y llamó al ascensor, puso llave sin revisar previamente que la gata no hubiera quedado encerrada en algún armario.

Ya en la calle tiró las llaves dentro de la cartera, pero no en el bolsillo adecuado.

Compró cigarrillos y el vuelto, mezcla de monedas y billetes, fue a parar al bolsillo del abrigo, sin ser correctamente separado según su formato y valor nominal. Sacó el boleto en el 152 y lo tiró al suelo. Estuvo por girar sobre el hombro, para reafirmar que había hecho eso, pero encaró hacia asiento que se liberaba.

Ya a una cuadra de la casa de Juan repasaba su discurso, sabía que él quedaría descolocado. Sin ni siquiera cruzar la puerta le daría un beso en las manos y le diría que no sabía bien qué era, pero que algo en ella súbitamente había cambiado.

En el bolsillo del jeans se golpeaban las monedas separadas para el viaje de regreso. Las contaría en su palma y guardaría prolijamente la de cinco centavos que sobraba en el monederito azul con lunares blancos.

MC
Julio 2009.

No hay comentarios: