lunes, 21 de diciembre de 2009

Sabor a mi


Alguna vez se te infectó la herida, se te oxidaron los clavos que te sostenían en la cruz… Pablito clavó un clavito… qué clavito clavó Pablito, vos me dirás.
Dolió y supuró, y cuanto más limpiabas más habrás visto el agujero. Casi casi llegaste al hueso.
Pero dale, vení, vení y maullá nomás, ronronéame toda, como a mí me gusta. Ahora aséate si querés.
(Quién te dice que en otra vida alguien no compre mi Moleskine mamarracheada en alguna feria de antigüedades…)
Querer querer, lo que se dice querer, queremos todos. Pero yo te quiero hasta la médula, te quiero hasta la punta de los pelos, hasta tu última gota.
Y sí, soy yo, el sujeto raro que te escucha cuando hablás, la que a cada monosílabo se le va la vida. Soy la que derrite chocolates con la mirada y congela el agua en las cubeteras.
Soy la que te busca en la oscuridad y llora de felicidad cuando te encuentra. Que oscuridad más bonita. Ya no hace falta dormir con el bambi luminoso en el tomacorrientes del cuarto.
Dale, quereme toda. Y después contame qué tal se siente haberme querido así.

MC
29-11-2009

martes, 15 de diciembre de 2009

Mujeres Fatal


A menudo Paula pasaba largos minutos hipnotizada por el titilar del cursor del Word, intentando poner un nombre a su personaje femenino de turno. Con los hombres le costaba mucho menos, los nombres masculinos se agolpaban en la punta de su lengua haciendo fuerzas por salir primero, pero las chicas no, las mujeres eran un caso de esfuerzo extremo y cuando creía tener uno, enseguida caía en la ineludible necedad de las comparaciones. Un nombre siempre nos remite, nos dispara a un rostro, a alguien que adoramos o a esa persona que hubiéramos preferido perder mucho antes de encontrarla. Y para mayores, Paula no tenía mucho feeling con el género. Apoyados los codos en el escritorio, los dedos empezaban a tamborilear los unos contra los otros a la altura de la puntita de la nariz. Dedos tamborileando, cara ladeada, frente abajo, cara hacia el otro lado, los dedos siguen tacaquetacatetaca (sonido imaginario porque las yemitas golpeándose entre sí no suenan a nada…), dedos ahora repiqueteando en pera, manos asiendo cabellos… “Marta…!, no, Marta no, Marta es mi tía. Que vida de mierda mi tía, pobre”, “Analia…, eh! Analia, si sí, puede ser, pero no, a él le puse Álvaro y Álvaro y Analia son demasiadas aes….”, “Juana!, pero Juana es Juanita, no, no me da, Juanita es lo más y mi Juana es un lamento…”, “Alicia, Alicia…, Alicia no puedo, a Alicia quiero usarla para eso que tengo anotado en el blockcito…”, “Luisa?, Luisa es como que dá mina grande… y ésta del cuentito es más pendeja”, “Lola!!, ahí’stá!! A Lola no la usé, vamos Lola carajo!!...” Y así, en resumidas cuentas, cada vez que aparecía una fémina en la historieta.

Paula tenía dos nombres prohibidos por motu proprio, por admiración descomunal. Paula no podía escribir con Laura, Laura era la ficción y la no ficción de alguien que le había puesto copyright a sangre a ese nombre. Laura era de otra mujer. Laura había muerto literalmente cuando la sentenciaron a ser perpetrada en los maravillosos párrafos que ahora se habían ido al otro lado del mundo.

También estaba María, pero María ya tenía bastantes aventuras y desventuras de la mano de otra mujer que bien sabía hacerle honra en sus poemas.

Sin Laura y sin María el universo literario se achicaba a unas tortugas sosteniéndolo a duras penas.

Durante el ríspido ejercicio del bautismo, sin querer pensarlo siempre pensaba en las mujeres de su familia, en las pocas y duras mujeres que la habían formado (o deformado) sin caricias y sin loas. Siempre caía en la trampa mortal de la niñez y el desamparo, la adolescencia y la lejanía, la adultez y las responsabilidades que la ligaban a ellas. Sin querer hacerlo siempre hacia un repaso de las malas noticias que las rodean, haciendo hacia el final un desmedido acto de arrojo y de condescendencia para ligarlas a las pocas, poquísimas, buenas nuevas con las que podía asociarlas, para disipar las turbulencias durante el vuelo creativo. A veces le empezaban a caer a chorros las lágrimas y a veces sonreía irónicamente y sacudía la cabeza para ahuyentarlas.

A menudo Paula conseguía mujeres que la salvaban y le permitían seguir el camino de la precoz eyaculación de sus escritos (Paula solía escupir ideas, garabatear textos que al ser leídos por la mañana eran bajados a patadas en el culo del pedestal forjado en la noche, Paula solía escribir como vivía, sin pensarlo demasiado y revisando años más tarde los errores de ortografía). Pero a su favor puedo decir que lo intentaba, que seguía buscando en los párrafos que le chorreaban de las manos mujeres que pudieran ser portadoras de lo que su ajetreado interior le iba soplando.

MC, para Paula Hewson. (Y también para dos increíbles escritoras argentinas contemporáneas: Marcela Vivar y Jimena Arnolfi)
15-12-2009