lunes, 13 de junio de 2011

En la ribera.

No lo vi venir, pero me pareció buena gente y traía una cajita Casino. Navegaba por mi rio ese piojo, con un hachazo en el ojo, y su flor en el ojal. Me dije “¿qué puede querer más que quitarme algunos puntos por el tanto mal habido?”, pero cuando desembarcó me trucó los naipes, me abrió la heladera, me vació la botella de tequila y se le derramó la sal en la mesa. Aunque medio descarado, me seguía resultando interesante, y ya más acostumbrada a su presencia empezaron las preguntas, muy acodado el piojo en el borde de la mesa iba abriendo grande el ojo sano mientras yo le contestaba que no, que no creo en dioses pero si en demonios; que no me gustan los días bajo cero pero si el otoño; que no me tienta el paraíso pero tengo bajo la almohada el óbolo para Caronte; que me banco la pelusa pero no me gustan los duraznos; que soy perdedora mala pero compulsiva; que busco mucho pero que no encuentro nada; que los gatos negros me traen buena suerte y los perros ladran cuando me ven al galope. Cuando quise preguntarle yo, se sacó la flor de la solapa, la olfateó bohemio e histriónico, me dijo que me la daría gustoso pero que era un recuerdo y me dijo que no, que los piojos no tienen memoria, porque aunque pequeños son grandes caballeros, y que no, que no me ponga infantil ni caprichosa porque él no respondía a nada ni a nadie, claro estaba. Boqueé que era injusto y se paró en dos de sus seis patas, se corrió una antena de la frente y señalándose el rostro me increpó: “que sabrás vos de injusticias, apresurada Marcela”. Creí entonces que ofendido se iría por donde había venido pero me sorprendió preguntándome si no tenía un cafecito, que la humedad lo estaba matando y que algo calentito le iba a sentar bárbaro. Ya medio podrida de la desfachatez de mi visita le comenté que yo nunca jamás había tenido piojos ni caries y que pensaba seguir en plan de no tenerlos, pero rascándose la cicatriz me dijo que lo tomaba amargo y fuerte. La verdad es que me paré, prendí la hornalla, busqué el Franja Blanca, tiré un par de cucharadas en el agua y volví a poner la azucarera sobre la mesada, porque lo tomaba amargo me había dicho. Filtré en silencio, se lo llevé a la mesa y puso cara de aprobación mientras con la pata derecha se llevaba el humito del aroma a, digamos, las fosas nasales. Se clavó el cafecito y en el mientras tanto yo mezclaba las cartas, no pudiendo sacarle la mirada de encima. El piojo me pidió el mazo, buscó la marca en el cuatro de copas como para verificar, me lo devolvió, cortó picando y cuando caliente e inspirada por lo que había ligado le canté “Del cielo bajo un pintor, pinto la luna y el sol, pinto a tu hermana en pelotas y en cada teta, pinto esta FLOOORRRRRR”, sin levantar el ojo de la baraja, me dijo que él jugaba sin jardinera.


MC.

13/06/2011.

2 comentarios:

PeterG dijo...

Ja, Ja. Hecho a su medida!. Cuánta gente hay que es de esa forma. Claro que me gustó.
Besos.

M.C. dijo...

Querido Peter! gracias por leerlos siempre! :)